La falacia de la normalidad

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Por Gioconda Belli

Daniel Ortega ha proclamado en entrevistas a medios internacionales, que ya el país está volviendo a la “normalidad.” En la de FOX News afirmó que hacía una semana no se registraban hechos violentos. Esa misma noche hubo tres muertos y 17 heridos en el ataque en el Barrio Sandino de Jinotega, y en Managua, una joven basileña que estaba por terminar su carrera de medicina, Rayneia Lima murió a las 11:30 pm cuando su carro fue rafagueado por atreverse a circular a pocas cuadras de Albanisa. 


Periodista Roberto Collado
 En la entrevista con Andrés Oppenheimer este pasado lunes, Ortega declaró que la “normalidad” ya iba por quince días. Por supuesto no mencionó el acoso al equipo periodísitico del Canal 10: la golpiza a Roberto Collado el 29 de Julio, la desaparición de Francisco Espinoza hace una semana, la campaña de hostigamiento a su director Mauricio Madrigal, que dura ya más de un mes.

 Ortega hasta se ufanó de la “libertad” de expresión de este canal de alcance nacional y primero en la preferencia de la población. Una pena que Oppenheimer no conociera estos datos.

Las entrevistas de Ortega y sus contradicciones compiten con las de Trump. Sólo que, en nuestro caso, se miente sobre asesinatos, sobre la sangre de más de 300 nicaragüenses y la detención, acoso y proceso injusto de centenares.

 La joya de la corona en la entrevista con Oppenheimer, la única verdad quizás fue cuando dijo que a él también lo habían llamado terrorista. Ni cuenta se dio lo irónico que fue admitirlo.

Pero volvamos a su idea de la “normalidad”. Él calla, por supuesto, lo que ha hecho. 

No es “normalidad” lo que estamos viviendo; es un estado de persecución despiadada, en el que, a punta de muertes, amenazas y el encarcelamiento de centenares de jóvenes él y su esposa han impuesto un estado de terror generalizado. La cacería ha obligado a muchos jóvenes, protagonistas de esta rebelión cívica ciudadana, a esconderse o huir del país para evitar la cárcel, preservar sus vidas y su integridad física.

 Recuerdo muy bien la quietud y el silencio que sobrevinieron en Nicaragua luego de la
acción del 27 de diciembre de 1974 -la acción que lo liberó a él de la cárcel- cuando Somoza también llevó a cabo una cacería indiscriminada para llevar ante un tribunal militar a decenas de personas acusadas de colaborar con el FSLN.  

Por supuesto que con represión como la que Ortega y Murillo han desatado, la gente se resguarda. Pero que se resguarden las personas que protestan, no significa que el país esté regresando a la normalidad. Sólo en una mente como la suya cabe el cinismo de declararse victorioso y pensar que regresará al 17 de abril. Es todo lo contrario. El jamás volverá a gobernar como antes. Jamás sabrá cuántos de los que siguen alabándolo, lo hacen mientras íntimamente lo detestan.

La normalidad de Ortega ha incluido el despido masivo en los hospitales de León y Jinotepe, una acción deleznable y carente de toda humanidad. Castigar a médicos por cumplir con su juramento Hipocrático de cuidar la vida, obligar a directores de hospitales a cumplir con esta orden, es como un ácido corrosivo minando la base misma de los valores cristianos, de la solidaridad, del amor con que la Primera Dama se llena la boca todos los medio días del mundo.

En esta “normalidad” de Ortega, llueven las amenazas a diario en una lista es interminable: van desde contra la comandante guerrillera Mónica Baltodano y su pareja, Julio López, hasta la directiva del MRS, hasta las ONG que han recibido fondos de USAID y de otros organismos norteamericanos que han venido proveyendo programas para diferentes actividades cívicas en Nicaragua desde tiempos inmemoriales. 

En este último caso, acusan con la doble moral que los caracteriza. Tan sólo en 2008, la ayuda de EE. UU. al gobierno de Nicaragua fue de 59.2 millones de dólares, aparte de los préstamos de organismos multilaterales donde ellos son los mayores contribuyentes. Pero no hay rincón de nuestra vida ciudadana donde este gobierno no escarbe para culpar a la ciudadanía del delito de no estar de acuerdo con la manera autoritaria en que han venido sometiendo el país a un gobierno cada vez más dominado por sus designios absolutistas. 

 De lo que no se percata la pareja presidencial, es de que cada atropello que comenten, cada mentira que dicen, cada irrespeto a la legalidad y al funcionamiento democrático y libre de Nicaragua, se clava como espina en el corazón de la mayoría de este país. Es notable de que aún en medio de tanta represión y amenazas, siguen repitiéndose las marchas y plantones. Esa continua resistencia es un monumento al coraje y determinación que cada día, gracias a sus desmanes, se acumula como una fuerza en ascenso en el espíritu castigado de este pueblo. 

No deben olvidar que después de la marea baja, viene la marea alta, y que aquí sí sabemos lo que es derrotar una dictadura. Este pueblo, al contrario de otros con quienes se nos intenta comparar, sabe que los sueños son posibles, y esa sabiduría heredada de padres a hijos e hijas, logrará la normalidad verdadera que este país necesita.

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