Cuando la globalización se cruza con el populismo

La Esteliana/lastenia.accioninformativa@yahoo.es

Por Steven Ambrus

Nos encontramos ante un etapa de gran transformación. Los movimientos populistas que dicen ser los portavoces directos del pueblo y que se oponen a todo, desde los banqueros hasta los inmigrantes y las instituciones de la democracia liberal, han alterado el paisaje político en grandes regiones del mundo. Basta pensar en el Brexit en el Reino Unido, en Syriza en Grecia y Podemos en España, o en los candidatos populistas en las elecciones más recientes en Estados Unidos.
Si bien estos movimientos abarcan todo el espectro, de izquierda a derecha, su auge no es un accidente. Más bien, según Dani Rodrik, profesor de economía de la Universidad de Harvard, el reciente surgimiento de populismo es una respuesta a las perturbaciones económicas y a un profundo sentimiento de injusticia en las comunidades que han sido golpeadas con dureza en las últimas etapas de la globalización, ya sea debido a la apertura comercial o a la integración financiera mundial y sus crisis anexas.
La redistribución, como señaló claramente Rodrik en una presentación reciente en el BID y en un estudio publicado, no es sino la otra cara del aumento del intercambio comercial. Sin embargo, a medida que la globalización avanza y tiene cada vez más en su punto de mira las bajas barreras comerciales que todavía existen, los frutos para el conjunto de la sociedad son pequeños en comparación con los shocks comerciales experimentados por sectores industriales y regiones específicas.
Pensemos en el NAFTA desde la perspectiva de Estados Unidos. Los productos mexicanos constituyen una parte pequeña del mercado de Estados Unidos, y este país ya estaba relativamente abierto a ellos cuando el acuerdo de Libre Comercio entró en vigor en 1994. Por lo tanto, en su conjunto, el NAFTA generó beneficios netos muy pequeños para la economía de Estados Unidos. Al mismo tiempo, según un estudio de Shushanik Hokobyan y John McLaren que abarca el período 1990-2000, un joven que abandonara la educación secundaria en las regiones profundamente afectadas por el NAFTA, vería crecer su salario un 8% más lentamente que el de un trabajador similar no afectado por el acuerdo. Entretanto, el aumento de los salarios cayó un 17% en las industrias más protegidas en comparación con las industrias que no estaban protegidas cuando el acuerdo entró en vigor.
Los seguros sociales y las protecciones del mercado laboral podrían haber marcado la diferencia. Europa ha estado más abierta al comercio durante más tiempo que Estados Unidos, concretamente porque esas protecciones existen. Sin embargo, la falta de ese tipo de protecciones en Estados Unidos y la idea de que se están perdiendo empleos debido a la competencia de otros países donde la legislación laboral, ambiental y de seguridad no se respeta de la misma manera, genera un profundo resentimiento contra los intereses de las llamadas elites que sí se benefician. Esto ha convertido la globalización en objeto particular de reclamaciones, incluso comparada con otras fuerzas como el cambio tecnológico y la competencia nacional que, a fin de cuentas, pueden tener un impacto mayor en los salarios y el empleo.
En Europa, entre tanto, la globalización financiera, que ha dificultado la regulación de los mercados de crédito y los bancos, ha sido una fuente particularmente potente de frustración. Los prestatarios en Grecia, España y Portugal, que tienen primas de riesgo más bajas debido a la unificación monetaria y a la introducción del euro en 1999, acumularon grandes cantidades de deuda externa e invirtieron en la construcción y en otros sectores no transables. Esto condujo a la crisis cuando el flujo de crédito se interrumpió como consecuencia del colapso del sector inmobiliario en Estados Unidos, y alimentó la indignación ante el empeoramiento que siguió.
En partes de América Latina, “la rápida apertura comercial, las crisis financieras, los programas del FMI y la llegada de las corporaciones extranjeras en sectores nacionales sensibles, como la minería o los servicios públicos”, han generado su particular caldo de cultivo de amargura, escribe Rodrik en su estudio.
Lo que une a la gente en estas regiones es su ira, es decir, el sentimiento de que la globalización ha traído consigo una pérdida de autonomía en cuestiones de política económica a nivel nacional y, en ese proceso, ha sacrificado el empleo y los salarios. Es la frustración de que, a medida que se ha perdido el control sobre todo, desde el capital hasta la política industrial, la desigualdad ha crecido y la seguridad económica se ha visto amenazada.
https://blogs.iadb.org/Ideasquecuentan/2017/10/10/cuando-la-globalizacion-se-cruza-con-el-populismo/?utm_source=email

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