EL DERECHO A LA VIDA NO SE “REFORMA”

La Esteliana/lastenia.accioninformativa@yahoo.es

Por Gioconda Belli

No sé cuántos de los legisladores que abogan por una reforma a la Ley 779 tienen hijas. Si no las tienen, de seguro tendrán primas, sobrinas, mujeres de su familia a las que quizás quieran. Sería bueno que cada uno imaginara qué haría si esta concreta mujer de sus vidas llegara a tocar la puerta de su casa a media noche.

Tocan, tocan a la puerta urgentemente, sin parar. Usted se levanta atontado del sueño, sale a abrir. Alguien que lo conoce y que no tiene a quien acudir, que busca refugio; tiembla, llora y se le echa en los brazos. Usted se da cuenta que es Flor o María o Lorena. Es su hija, su sobrina, su prima. La aparta un poco, ansioso, preocupado, preguntándole qué pasa. De pronto ve que la camiseta con que usted duerme y donde ella se ha refugiado hay ahora manchas, 

manchas de sangre. Su esposa, que se ha despertado, enciende la luz de la sala. Usted y ella ahora pueden ver el rostro de Flor o María o Lorena, lleno de sangre. Hay una herida en la ceja, un ojo está totalmente inflamado y cerrado, la boca está cortada, mana sangre abundante de todas las heridas. Su hija, sobrina o prima, llora inconsolable, casi no puede sostenerse de pie. Mientras usted la ayuda a llegar a la silla, su mujer sale corriendo a buscar una toalla, 

hielo, algo para ayudar a quien ahora cuenta como puede, con la voz entrecortada, que José o Pedro o Julio llegó con sus tragos y porque no estaba la cena o porque ella hablaba por teléfono o porque no quiso acostarse con él porque estaba borracho, la agarró a trompadas, le dio con el puño una y otra vez en la cara, la empujó, la tiró al suelo, le dio patadas y la amenazó con matarla.

Entonces usted, legislador, tras curar a la hija, la sobrina, la prima, ¿cree que podrá pedirle a ese ser maltratado, aterrorizado tras sufrir semejante paliza, que le de “otro chance” a quién así la golpeó; que podrá convencerla que ponga una denuncia que significará que su agresor porque no le quebró ningún hueso, ni la dejó en coma, tendrá la oportunidad de hacerlo la siguiente vez que ella no lo complazca o que él se emborrache?  Si fuera su hija, su sobrina, su prima, ¿no tendría acaso que controlarse para no salir a darle al malhechor su merecido?

Pero claro, es fácil prescribir mediaciones en abstracto, o quizás haya en las vidas de quienes abogan por esta reforma episodios personales, recuerdos de padres abusivos o amigos que cometieron este delito y que han encontrado la manera de justificarlo o de no sentirse culpables más que de una “pasadita de cuentas” a la mujer o mujeres de sus vidas. En una sociedad machista como la nuestra, nada más fácil entre hombres que excusar la “sopa de muñeca”. La maldita tradición popular hasta lleva a afirmar que “si te pego es que te quiero”. 

La mera discusión de una reforma a una ley que ha sido necesaria desde hace mucho tiempo y que fue un triunfo importante en la defensa del derecho de la mujer a que se le respete, no sólo la vida, sino su integridad física, es de por sí, ofensiva. Y no sólo eso; significa exponer a la mujer a mayores agresiones. Está probado que quien pega, no pega una sola vez; que cuando un hombre llega a romper ese freno y agrede físicamente a su mujer, a la madre de sus hijos, traspasa un límite. Ese límite, una vez traspasado, desafortunadamente, no se recompone sino en contadas excepciones.

 La única manera de detener esa transgresión es imponiendo una sanción lo suficientemente seria como para que el límite vuelva a establecerse. La mediación es un atenuante a un comportamiento potencialmente criminal. La mediación reduce el incidente violento, el maltrato, al equivalente a un pleito verbal de pareja. Y eso es inadmisible.

Hace muchos años, personalmente fui testigo de lo que sucedió tras una mediación. La secretaria de la oficina donde yo trabajaba, una mujer inteligente, guapa, joven, con dos niños pequeños, sufría el acoso de su marido, un hombre violento que ya le había pegado en varias ocasiones. En la oficina conocíamos el caso. 

Los guardas de la puerta tenían instrucciones de no dejar que el marido entrara. Creo que ya un juez le había prohibido al esposo que se acercara. Una mañana de día de semana, una mañana quieta, recuerdo, oímos de pronto una detonación dentro de la oficina. Y luego otra. Cuando salimos, no había nada ya que hacer. Sobre el suelo yacía nuestra compañera de trabajo en un charco de sangre. Al lado, el esposo, muerto también de un balazo en la cabeza. 

Había logrado escabullir la vigilancia. Aquel hombre no descansó si no hasta matarla. Nunca olvidaré esa tragedia acaecida a pocos metros de la pared de mi despacho. No olvidaré jamás la sangre que corrió por el pasillo, lo que vimos y no pudimos evitar.

Casos así suceden a diario en Nicaragua. Esos crímenes de mujeres claman al cielo y deben ser detenidos con firmeza, no con cómplices mediaciones.


Managua, Septiembre 9, 2013


Comentarios

Entradas populares de este blog

Cabecilla de Arcenal de Armas profugo de la justicia

FUNIDES analiza temas específicos para contribuir al crecimiento y desarrollo de Nicaragua

Doce mujeres asesinadas del departamento de Estelí, periodo 2009-2012