Sueños de opio en el faraónico proyecto del Gran Canal interoceánico de Nicaragua.
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Publicado: 13/06/2013 09:50
Un cuento chino / Sergio Ramírez
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Sergio Ra,mirez Mercado |
Managua, Nicaragua. Carlos Fernando Chamorro preparaba su programa de televisión Esta Semana en Managua, y antes de grabar el segmento con la entrevista sobre mi nuevo libro de narraciones Flores Oscuras, le
tocaba comparecer al doctor Jaime Incer Barquero, el más reputado de
los científicos nicaragüenses y lúcido defensor de nuestro patrimonio
ecológico cada vez más disminuido y abusado. Desde el estudio mismo
donde aguardaba me dispuse a escucharlo lleno de expectativa, pues iba a
hablar sobre el proyecto de construcción del Gran Canal interoceánico
que hoy acapara, una vez más, la atención del país.
Un
tema recurrente de nuestra historia, que yo diría vicioso, una especie
de sueño maléfico que nos aparta de todo lo demás para arrastrarnos
hacia esa eterna panacea entre brumas de opio. Pobreza, ignorancia,
marginalidad, injusticia económica, todo queda cubierto una y otra vez
por este velo mágico. El estrecho dudoso, que viene desde los tiempos de
la conquista, cuando se buscaba el paso entre los océanos para llegar a
las tierras del Gran Kan, y que ha desmedrado nuestra soberanía a la
hora de firmar tratados como el Chamorro-Bryan con Estados Unidos en
1914, el epítome nacional de la aversión antimperialista.
El
presidente Daniel Ortega ha enviado a la Asamblea Nacional una ley que
otorga una concesión por 100 años para la construcción del Gran Canal a
una incierta compañía china, HK Nicaragua Canal Development Investment
Co, presidida por un misterioso personaje, Wang Jing. El consorcio de
papel se halla establecido en algún lugar de la vasta Hong Kong, pero
está inscrito en Gran Caimán, y se ha comprometido a invertir 40 mil
millones de dólares en la obra, que además del canal acuático incluye
líneas ferroviarias de costa a costa, puertos en ambos océanos,
aeropuertos, carreteras de alta velocidad, etcétera. Otra Nicaragua de
ciencia ficción, la de los sueños de opio.
Un
proyecto sin el aval ni la participación del gobierno de China. Durante
su reciente visita a Costa Rica, el presidente Xi Jinping declaró que
su país privilegia los proyectos de cooperación con aquellos países con
los que tiene relaciones diplomáticas, que no es el caso de Nicaragua,
pues Ortega las mantiene con Taiwán. Y un canal interoceánico es
necesariamente, además, un proyecto geopolítico, en el que ni siquiera
los países del Alba encabezados por Venezuela parecen mostrar interés,
ya no se diga Estados Unidos.
La
dichosa compañía china, dueña absoluta del Gran Canal según esta
extraña ley, que sin duda será aprobada por la Asamblea que Ortega
controla ampliamente, irá cediendo anualmente al estado de Nicaragua el
1% de las acciones, de modo que dentro de medio siglo llegaría a
compartir el canal por partes iguales.
Una
gigantesca obra que, según se anuncia, se iniciará el año que entra;
los voceros oficiales han informado que el PIB del país alcanzará dentro
de dos años el 15 por ciento de crecimiento y la tasa de desempleo
quedará reducida prácticamente a cero. De este sombrero de mago, por lo
que se ve, saldrán infinidad de gordos y alegres conejos.
Pero
oigamos al doctor Incer, asesor presidencial para asuntos ecológicos y
protección del ambiente, aunque no ha sido consultado, ni la Asamblea
Nacional lo ha llamado para que opine. Lo hace a través de este programa
de televisión, uno de los últimos independientes que quedan en
Nicaragua, y lo primero que dice, con sobrada extrañeza, es que toda la
batería de estudios necesarios, ecológicos, batimétricos, sísmicos,
oceánicos, y de las distintas especialidades de la ingeniería, no
habiendo siquiera empezado, tomarían no pocos años en llevarse adelante,
y para ello se necesita del concurso de firmas especializadas de
diversas partes del mundo.
Dice
también que todas las rutas propuestas para el Gran Canal que conectará
al mar Caribe con el océano Pacífico, y por el que circularían los
grandes buques post Panamax, pasan a través del Gran Lago de Nicaragua,
cuya superficie se acerca a los 10 mil metros cuadrados. Pero contra lo
que los profanos pensamos, el lago es sumamente superficial, y su escasa
profundidad no es apta para esos megabarcos que cargan hasta 15 mil
contenedores y tienen un calado mínimo de 20 metros. Esto significaría
que dentro del lago mismo debe abrirse un canal de al menos 45 metros de
hondo, en un trayecto de al menos 90 kilómetros. Un canal del canal.
La remoción de
sedimentos de semejante dragado enturbiaría las aguas del Gran Lago de
tal manera que dejarían de ser potables y la vida de toda su fauna
llegaría a su fin. Una catástrofe, según el científico. Y aún otra, sólo
para apuntar dos: el paso del canal por los ríos de la cuenca del
Caribe necesitaría de la protección de los caudales, lo que sólo puede
conseguirse con la reforestación de miles de kilómetros hoy dedicados a
los pastos para ganadería, uno de los más importantes rubros de la
economía de exportación del país. Árboles en lugar de ganado, si no no
habría canal, lo que en términos de la pequeña economía de Nicaragua
significaría un violento vuelco, y la ruina de miles de ganaderos.
Y otro vuelco
demográfico, pues en un país donde la pobreza certificada alcanza la
mitad de la población, esas obras faraónicas serían un potente imán de
atracción desordenada: el país entero se trasladaría a vivir a las
cercanías del Gran Canal. Pero la mano de obra ociosa, de ninguna manera
especializada, sería inútil para las complejas tareas de construcción.
Cuando
la entrevista termina y el doctor Incer baja del set, me acerco a darle
las gracias. En apenas 15 minutos de respuestas certeras y ponderadas
ha demostrado que semejante proyecto, tan desproporcionado y
estrafalario, no es sino el mismo ardid de siempre para encender falsas
esperanzas.
Puedo
entonces seguir viendo al recurrente canal por Nicaragua como
novelista, fascinado por los grandes mitos nacionales, éste el primero
de todos, destinados, dichosamente, a no cumplirse nunca. Nuestra vieja
linterna mágica descompuesta, que proyecta siempre las mismas viejas
imágenes.
Masatepe, junio 2013.
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