Cuba: ¿hasta cuándo el silencio?

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Infolatam
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  Sao Paulo, 7 febrero 2012
Por Sergio Fausto
El viaje de la presidente Dilma a Cuba expresó no sólo  los límites de la diplomacia brasileña en relación a la defensa de los derechos humanos, sino también la contradictoria  relación que parte importante de la izquierda – en gran medida representada por el PT – tiene con el tema cuando se trata de  países llamados socialistas, Cuba en particular.
Dilma Rousseff mantuvo un encuentro con Raúl Castro y otro con su hermano Fidel.
 Se puede hasta entender, aunque sea difícil justificar, la “prudente cautela” diplomática de Brasil en el tratamiento de las “cuestiones internas” en Cuba. Bajo ese aspecto, la presidente Dilma sigue una línea que viene desde el retorno del país a la democracia y el restablecimiento de nuestras relaciones con aquel país.
Mas difícil es aceptar el silencio de la mayor parte de la izquierda brasileña – muy especialmente de los intelectuales, artistas y escritores -  en relación a la violación de los derechos por los cuales muchos de ellos lucharon aquí en Brasil. Si el gobierno está limitado por consideraciones diplomáticas, – ¿hasta qué punto es legítimo manifestarse sobre la política interna de otro país, hsata que punto es contraproducente hacerlo?- el silencio de personas cuya actividad está vitalmente ligada a la libertad de pensamiento y expresión solo se explica por una especie de duplicidad moral que les hace aceptar allí lo que condenan aquí.

En el pasado, eso se hizo en nombre de la revolución socialista. El argumento se apoyaba en la innegable reducción de las desigualdades sociales en los primeros diez años del régimen de Fidel Castro y de la política obtusa y agresiva de Estados Unidos en relación a Cuba. Eran otros tiempos, habrá quien diga. Pero hubo quien percibió las expresiones reales del régimen cubano aún en medio a la niebla ideológica de la Guerra Fría. Y percibiera que la mayor igualdad tenía como precio ninguna libertad.
En 1971 ocurrio la primera ruptura pública de la intelectualidad de la izquierda con el régimen de la revolución. En aquel año detuvieron al poeta Heberto Padilla. Sometido a tortura, Padilla fue forzado a retractarse públicamente, en el peor estilo de las autocríticas forjadas por los regímenes totalitarios. Entonces Fidel sentenció: “el arte es un arma de la revolución”. En repudio, Octavio Paz, Julio Cortazar, Mario Vargas Llosa, por citar solamente los escritores latinoamericanos mas conocidos, firmaron un manifiesto denunciando la acción del gobierno cubano.

A lo largo de los cuarenta años siguientes las arbitrariedades de los regímenes se acumularon y el silencio de los intelectuales brasileños de izquierda se mantuvo elocuente, excepciones aparte. Lo que había, esto sí, eran elogios al régimen y adulaciones al “comandante” (Fidel Castro). En marzo de 2003 la dictadura cubana mandó detener 79 personas por delito de opinión, condenando a algunas de ellas a casi 30 años de prisión. La “Primavera Negra” fue la gota de agua para el escritor portugués y premio Nobel de Literatura, José Saramago, comunista de la vieja guardia. En un artículo en el periódico El País escribió que a partir de entonces no podría seguir viajando al lado de Cuba. La gran mayoría de la izquierda brasileña y de sus principales intelectuales continuó en el mismo barco.
Hoy Raúl Castro busca “actualizar” el socialismo en Cuba. El eufemismo engañoso representa el reconocimiento de  la quiebra del modelo implantado por la revolución. Este jamás se mostró capaz de andar por sus propios pies. Pasado el periodo de las expropiaciones y la movilización patriótica de los trabajadores, la economía cubana vive a base de la inyección de recursos externos ofrecidos por razones geopolíticas. Primero por la Unión Soviética. Después en menor grado, por la Venezuela de Chávez.
La verdad es que la economía cubana nunca consiguió diversificarse mucho más allá de la caña de azúcar y alcanzar niveles mínimos de eficiencia. Con eso, tras el colapso de la Unión Soviética, el socialismo cubano se convirtió en un reparto más o menos igualitario de la pobreza, para la mayoría, y la distribución de privilegios para pocos, enrocados en el Partido o en el Estado o bien conectados con esos dos entes que allí se confunden en uno solo.

La “actualización” del modelo es un intento gradual de introducir reformas que den algún dinamismo a la moribunda economía del país sin que ese cambio acarree una real alternancia en el poder. Por tanto las reformas no pueden ir mucho más allá del estímulo a la creación de mercados de compra y venta de inmuebles y vehículos y del permiso para el funcionamiento autónomo de pequeños servicios. No se quiere crear un sector privado que venga a  poner en jaque el control estatal sobre los sectores y actividades principales de la economía. Mucho menos iniciar la transición a un régimen en el que el Partido Comunista de Cuba no detentaría más el monopolio de la representación política.

Incluso la renovación de los liderazgos dentro del partido, una imposición del tiempo, no puede implicar riesgos para los que hoy mandan. Raul Castro fue claro a ese respecto en la apertura de la I Conferencia del PCC, en este último fin de semana cuando hizo una defensa vehemente del sistema de partido único y avisó de que la norma que limita a diez años la permanencia en cargos de la alta jerarquía será aplicada paulatinamente.

Con más de 80 años, Raúl Castro tiene un horizonte personal de unos pocos años más de vida activa. Cuando piensa en el largo plazo está preocupado por preservar un esquema de poder asentado fundamentalmente en las Fuerzas Armadas. Hoy se estima que éstas controlan la mayor parte de las empresas estatales del país. No se puede olvidar que Raul Castro fue el ministro de las Fuerzas Armadas desde 1959 hasta 2008, cuando asumió la presidencia en sustitución de su hermano Fidel.

Al optar por apoyar las reformas, absteniéndose de presionar por una mayor libertad en Cuba, el gobierno brasileño aumenta las oportunidades de perpetuidad de ese esquema de poder, ávido de  negocios con empresas estatales y privadas extranjeras que no pongan en jaque su control antidemocrático sobre el Estado y su dominio monopolístico de  la economía. Dilma no sólo actuó dentro de los límites de la diplomacia brasileña. Actuó también en los límites del bloque de poder que ella misma representa.

Sérgio Fausto es politólogo y se desempeña como director ejecutivo del Instituto Fernando Henrique Cardoso. Es codirector del proyecto Plataforma Democrática y de la Colección El Estado de la Democracia en América Latina. Es miembro del Grupo de Análisis de la Coyuntura Internacional (Gacint) de la Universidade de São Paulo y articulista del diario O Estado de S.Paulo. Fue asesor del Ministerio de Hacienda y del Ministerio de Planificación entre 1995 y 2002, e investigador del Centro Brasileiro de Análisis y Planificación (CEBRAP).
Remitido por el autor y traducido por Infolatam

Palabras clave: Dilma Rouseff, Brasil, Cuba, Nicaragua, Fidel Castro y Raul Castro 

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